17 de abril de 2014 - Con el corazón lleno de
lágrimas
Hoy
termina de morir una parte de mi vida, qué frase tan trillada pero qué llena de
dolor. Sí, hoy estoy de duelo, un duelo hondo, profundo que me inunda los ojos y
el alma. Murió Gabriel García Márquez del que me enamoré a los dieciséis años.
De mi
adolescencia tengo pocos recuerdos felices, pero mi encuentro con Cien años de soledad fue uno de ellos.
No lo podía creer, sencillamente no lo podía creer, era imposible y
deslumbrante ver que se podía escribir así. Y
a pesar de ser muy joven y de tener unas cuantas lecturas en mi haber,
García Márquez me deslumbró desde el vamos con esa forma, para mí nueva, de
narrar una historia.
La primera vez
que leí Cien años, pasaba por una
época de insomnios persistentes; largos insomnios que eran compensados por apenas
una hora de sueño entre las seis y las siete de la mañana. Cuando ya toda la
casa dormía, me levantaba muy despacio para no despertar a mi abuela y me
encerraba en la cocina. Mi única compañía durante una semana de esas
interminables noches, fue Cien años y
creo, a veces hasta podría afirmarlo, que la falta de sueño se debía a la
compulsión por leer esa novela. Qué triste y sola me quedé cuando se terminó,
cuando la terminé por primera vez.
Los que leemos
sabemos muy bien lo que es sufrir ese sentimiento ambiguo que va de la
curiosidad y la ansiedad por saber que va a pasar, a no querer que pase porque
el final es inevitable. Formulamos hipótesis,
confirmamos hechos o nos sorprendemos cuando algo que suponíamos no fue
así. Nos confundimos con las alegrías y
tristezas de los personajes, hasta las podemos sentir en nuestras vísceras y
cuanto más nos aproximamos a la conclusión más angustiados nos sentimos, porque
después de alcanzado el final solo queda la soledad. Lo cierto es que me sentí
muy sola cuando el último Aureliano murió descifrando los pergaminos de Melquíades y el viento huracanado de la
desgracia borraba a Macondo de la faz de la tierra.
¿Volver
a empezar? ¿Quién no volvió a empezar una novela ni bien la terminó para
revivir el placer de la primera vez? Sin embargo ya no es igual, tal vez lo lindo
se volvió no tan lindo, lo que pareció cómico se convirtió en sarcasmo o ironía.
Y hoy estoy de duelo y me duele el dolor. Sí, ya sé, lo sé como lo sabe cualquiera que lee; el que escribió ya no
volverá a estar, pero nos quedan sus pensamientos y decires, su espíritu en las
páginas. Sí, vale, claro que vale. Tal vez sea lo más importante para la
historia de la literatura, pero al lector enamorado nada lo salva de su
orfandad.
Sé
que durante varias semanas volveré a sus libros, que releeré fragmentos, que
algunos seguramente los leeré enteros, porque aunque los conozca de memoria
siempre de ellos saldrá alguna mariposa amarilla para sorprenderme otra vez.
Estoy
triste por la pérdida de mi escritor
preferido, el que me enamoró a los dieciséis años y hoy me dejó huérfana.